Islas Azores


¡Lluvia! ¿Y el famoso anticiclón? No hay un mito mayor. Llueve cada día, luego sale el sol, se nubla, vuelve a llover y vuelve a salir el sol. Hemos estado en varios lugares de los que se dice que si no te gusta el tiempo esperes cinco minutos, como Islandia o las Islas Lofoten, pero sin duda las Azores se lleva la palma. Tan variable meteorología se compensa con una temperatura constante entre 20 y 25 grados en agosto tanto de día como de noche, con sol y con lluvia. Tan exuberante vegetación no puede alimentarse de sol y aire, tanto verde y tanta agua dulce configuran grandiosos paisajes, ocultos por la niebla en muchas ocasiones. Cuevas volcánicas, campos de lava, cráteres inundados por lagunas, bosques naturales, nueve islas volcánicas casi tan cerca de América como de Europa, una región ultraperiférica de la UE, un jardín botánico en medio del Atlántico.


Sao Miguel


Llegamos a la mayor de las islas previa escala en Lisboa, y en el mismo aeopuerto nos espera el hombre de Varela Rent a Car con un cartelito con mi nombre, como si fuera un ministro.
Hemos alquilado una cabañita en un camping en Rabo de Peixe, en la zona norte, y cuando llegamos por allí la fina lluvia del aeropuerto se ha convertido en tormenta tropical. Damos unas cuantas vueltas bajo el aguacero hasta encontrar la puerta azul de entrada, y al traspasarla luce un sol espléndido. Nos recibe su dueño y creador, un tío fenómeno de los que se nota que lo viven, que le encanta lo que hace. Nos pasea por su camping contándonos en inglés su proyecto. Es el único camping privado de la isla y ha tenido problemas de licencia hasta hace nada, rollos burocráticos de si la parcela no tiene setos aromáticos o las plazas de parking tienen que ser rojas en lugar de azules. Un sitio acogedor, tremendamente original, desde el principio notamos que vamos a estar a gusto.
Casualidades de la vida tres meses antes habíamos reservado un hotel en Punta Delgada a muy buen precio para ser agosto, a través de outlet-hotels. Me sorprendió que lo cobrasen inmediatamente, cuando el pago suele efectuarse al final de la estancia, pero la reserva aparecía como confirmada y todo estaba en orden. Un mes después recibo un e-mail con la cancelación de la reserva, sin más explicaciones, y cuando las pido argumentan overbooking y me dicen que mi dinero me será reembolsado en un plazo de 21 días hábiles. Llamo y sale un contestador. Escribo y ya nadie responde. Que mala pinta. A las tres semanas ni rastro del reembolso y vamos descubriendo que es una estafa en toda regla, la empresa quebró y está dejando a la gente sin sus reservas, a muchos incluso sin avisar, se enteran cuando llegan al destino. Hay miles de casos desde principios de mayo y el único recurso que queda es reclamar a Visa la devolución del dinero.
Nunca se sabe dónde está la suerte. La estafa de outlet-hotels nos llevó al camping Quinta das Laranjeiras, donde fuimos realmente felices en nuestra cabañita por la mitad de dinero que habríamos pagado en el hotel. Cocina con utensilios, barbacoa, tu propio hueco en la alacena y en la nevera, wifi gratis y Mordor, el perro del camping, que de haber tenido hueco en la mochila me lo hubiera traído a Madrid.


Lagoa do Fogo

Con ansias incontrolables por empezar a explorar la isla nos dirigimos montaña arriba hacia este lago de cráter en el volcán Água de Pau, en el centro de Sao Miguel. Nos calzamos las botas y dejamos al resto de guiris -muchos españoles- haciéndonos fotos desde el mirador mientras bajamos, ya que somos los únicos a los que parece apetecer pisar la playa de un lago en el fondo de un cráter y adentrarse por el sugerente sendero que lo rodea. Hay bastante niebla, así que cuanto más bajas mejor se ve, y es verdaderamente espléndido. Vemos miles de huesecillos de animales pequeños en la orilla, y Ruth dice que es porque en el lago hay pirañas. Pues a bañarse y estreñar la camarita subacuática que me han regalado. No fui devorado, pero reconozco que duré poco nadando allí solo en las oscuras aguas del lago, y eso que el agua estaba genial.


De vuelta por la carretera paramos en la Caldeira Velha, una poza natural alimentada por aguas termales que caen en cascadas en un entorno selvático. Una pasada. El agua es marrón debido a la gran cantidad de hierro que contiene, y que en teoría tiene propiedades beneficiosas para la salud. Pues allí había una docena de guiris -muchos españoles- y no se bañaba ni el gato. Fue meternos nosotros y todo el mundo al agua.
Nuestra primera noche en las Azores había que celebrarla con una degustación de la gastronomía local. Nos quedaba cerca Ribeira Grande, la ciudad más importante del norte, donde hicimos la compra de la semana en un hipermercado y nos fuimos a cenar a uno de los pocos restaurantes que encontramos, el Ala Bote. Bien de precio y de calidad, y muy recomendable la sangría.


Furnas

Desde el Pico do Ferro se tiene una perspectiva privilegiada de toda esta marmita gigante en ebullición. Al lado del lago hay una gran zona de caldeiras, charcos de agua hirviendo que desprenden vapor y un fuerte olor a azufre.



Paseamos entre las fumarolas con una fina lluvia de costado, mientras observábamos al maestro cocinilla meter las ollas en la tierra para que la actividad volcánica del subsuelo las caliente. Así se prepara el famoso cozido, consistente en verduras principalmente, carne y arroz. Los restaurantes tienen allí a su empleado metiendo guisos en los hoyos, pero también hay gente que se lo lleva preparado de su casa y se lo entrega al maestro cocina a cambio de una propinilla. Nada menos que siete horas tarda cada puchero en cocinarse.

Dona Beija, los baños ferrosos calientes. Dos euritos por la entrada a un precioso paraje con piscinas térmicas naturales. Estaba hasta arriba, como Benidorm en agosto, pero fue una gozada bañarse en caliente, de piscina en piscina con la lluvia cayendo y haciendo un poco el ganso con la camarita acuática. El hierro del agua tiñe de cobrizo la piel y especialmente el bañador, que no recuperó su color original hasta la vuelta a España, y eso que allí hay duchas y vestuarios para apañarse un poco.

Antes de comer nos dio tiempo a un nuevo paseo por otra zona de charcas sulfurosas con su penetrante olor a huevos podridos. En este lugar da la impresión de que la tierra cualquier día pega un petardazo y lo saca del mapa.
Y llegó la hora de la comida. Todos los restaurantes te ponen de entrada pan con queso, acompañado en esta ocasión de vino tinto y cerveza. Trajeron la fuente del cozido, una montaña de carne y verduras para alimentar a toda una tribu, y yo esperando los garbanzos y los fideos, pero allí se trata de lidiar con los chorizos y las morcillas hasta que revientas. Cuando ya casi no podíamos ni respirar la bandeja se mantenía a la mitad de su nivel inicial, y tuvimos que invertir un euro en llevárnoslo en un tupper pensando en Mordor, el perro del camping, que se zampó en un minuto lo que nosotros habíamos tardado una hora en consumir. Desde ese momento nos seguía a todas partes, incluso dormía a la puerta de la cabaña. Un fenómeno de can.

Arrastrando la panza llegamos a Terra Nostra, un hotel en cuyos jardines hay una jungla inmensa de flores, árboles y un estanque de agua caliente marroncita, como un gigantesco charco de mierda al que parece imposible sacarle la gracia. Pero luego te metes y se está en la gloria, con el agua cubriendo por los hombros a una temperatura de unos 40 grados. Nuevo repaso cobrizo al bañador, que encima es blanco, o más bien lo era, ahora parece una tobillera de esas color carne. Mientras Ruth le saca fotos a cada una de las mil quinientas flores distintas del parque me tiro un rato en el césped como un lagarto al sol, que ha salido con fuerza, y cuando ella vuelve nuevo bañito en el Ganges para consolidar defitivamente el tono cobre.

Decidimos aprovechar el luminoso atardecer para recorrer la carretera entre Povoaçao y Nordeste, versión costa. Cualquier carretera de la isla discurre entre vegetación salvaje, las cunetas son jardines perfectamente cuidados, llenos de hortensias de distintos colores, parece que vayas conduciendo por el Retiro o los Jardines de Aranjuez. Y cuando creíamos que esto era lo máximo en carreteras panorámicas descubrimos los miradores, nada de un arcén ancho donde aparcar y un banquito para admirar el paisaje, son auténticos parques de recreo con barbacoas, mesitas y aseos integrados en un vergel en lo alto de un acantilado con vistas al Atlántico. Y sin exagerar. Como ejemplo, el de Ponta da Madrugada, tal vez el mejor de los muchos que te encuentras. Lo que no prolifera tanto son los carteles indicativos. Es como un juego que consiste en volver sobre tus pasos varias veces a ver dónde te dejaste el desvío que nunca apareció. Sabíamos que entre Nordeste y Ribeira Grande hay una vía rápida que te ahorra una hora de carretera de curvas por la costa, pero adivinar dónde empezaba fue una odisea. Finalmente logramos llegar a nuestra cabañita tras un fantástico, humeante y ferroso día.


Sete Cidades


Cráter volcánico fruto de la tremenda erupción de 1445, inundado por dos lagos conectados de distintos colores, uno azul y otro verde, rodeados de exuberante vegetación y su pueblecito blanco arrinconado a un lado. Una vista magnífica se tiene desde el mirador de Vista do Rei, del que parte el sendero PR-3 que bordea los lagos por la arista occidental del cráter.
Cuando llegamos cae un chaparrón que obliga a todo el mundo a refugiarse en los coches, pero en diez minutos ya luce el sol y nos ponemos en marcha por la ancha pista flanqueada de hortensias, con el mar siempre a la izquierda y el cráter con sus lagos a la derecha. Nada más empezar aparece un retoño canino en busca de mimos. Le hacemos dos carantoñas y ya se nos acopla todo el camino, es uno más de la excursión, y queda bautizado como Coke. Con él al frente alcanzamos el cruce con el PR-4, que termina de circunvalar el cráter por completo, en una preciosa caminata de 25 km. fácil de recorrer aunque dura por la longitud y el sol de mediodía. A mitad de recorrido paramos a comer y a descansar, y Coke, que ya va con la lengua fuera, desaparece a la sombra de unos arbustos y ya no se mueve. El muy cabrón sabía lo que hacía, a partir de ese punto el camino se convierte en una montaña rusa de empinadas subidas y bajadas salvando los acantilados de 300 metros que caen sobre los lagos. Tomando un atajo llegamos al mirador de la Gruta do Inferno, desde el que se aprecian dos nuevos cráteres más pequeños, ambos también inundados por lagos de distintos colores. El último tramo se hace especialmente duro, el PR-4 giraba a la izquierda en otra dirección y nos tocó caminar por la carretera para alcanzar nuesto bólido.

Muy cerca de allí está Ponta da Ferraria, una piscina natural formada en el mar entre la negra roca volcánica, calentada por las aguas de un manantial subterráneo. Es una tarde soleada y calurosa y el sitio está a reventar de gente, pero es un gustazo bañarse en el mar después de la caminata. El entorno es precioso, rodeado de acantilados y con un oleaje potente rompiendo contra la lava petrificada.
Esa noche cenamos en el restaurante de la Asociación Agrícola, en la zona de Santana, cerca de Rabo de Peixe. Un filetazo de vaca de primera, con pimientos, huevos y patatas, vino y cerveza por 30 euros dos personas. Cerrado lunes y martes por la noche.


Lagoa do Congro

Despertamos con la noticia de que un huracán se acerca a las Azores. Está previsto que llegue esta noche y que las islas de Sao Miguel y Santa María sean las más afectadas, con vientos de 100 km/h y olas de 16 metros. Llega debilitado tras su paso por el Caribe pero aún así la isla se encuentra en alerta roja.


Mientras le esperamos nos vamos a una laguna de agua verdosa encajada en mitad de la jungla, una caldera de altas paredes y vegetación selvática más propia de Centroamérica que de Europa. En veinte minutos descendemos el sendero que baja desde la carretera hasta la poza, sin apenas ver gente, sin apenas oir nada. La tranquilidad es absoluta, no hay ruidos, no hay viento, solo escuchamos nuestras pisadas recorriendo el perímetro de la laguna hasta que el camino deja de ser tal y se convierte en espesura. Hay que avanzar apartando las enormes plantas, sorteando las zarzas y raíces, agachándose entre los troncos caídos, suspirando por un machete y una buena perspectiva para ver si el sendero reaparece. Pero no es así, y completamos la vuelta al lago a base de abrirnos paso poco a poco, buscando el hueco menos difícil para avanzar. Es un lugar con un encanto especial, oculto, misterioso, con un punto fantasmal. Ilusos de nosotros nos habíamos llevado el bañador pensando en un chapuzón pero si ya el entorno disuade de acercarte al agua los violentos salpicones repentinos que se producen desde el fondo te acojonan del todo. Ahí hay un bicho grande, no será un caimán pero es mucho más gordo que una trucha, eso seguro.
El cielo está muy oscuro, aunque de momento no hay viento ni lluvia.
En Vila Franca do Campo nos informamos sobre las excursiones balleneras y el barquito que va a la Ilheu. El huracán lo tiene todo paralizado, han suspendido las salidas al menos hasta pasado mañana. Hay una excursión que consiste en nadar con delfines, bastante cara para el tiempo que estás con ellos en el agua, pero suena muy tentador. Comemos en Vila Franca, un pez espada delicioso, y después una siestecita en la playa, con arena y todo, lo cual es inaudito en las Azores.
Las nubes son cada vez más negras y se va levantando un viento fuerte cuando llegamos a Caloura en busca de su atractiva piscina a la orilla del mar. El pueblo está en fiestas, tienen montados los chiringuitos con espetas de carne y bebidas, hay una orquesta tocando y las calles aparecen cubiertas por los restos floreados de la procesión. No me puedo ir de aquí sin probar esa piscina tan genial, es un sitio demasiado bonito como para no chapotear un poco, a pesar del viento, las nubes y las olas, cada vez más altas. El aire está haciendo de las suyas y todo el mundo se afana rápidamente en la recogida de guirnaldas y banderines, guardando sillas y mesas, mandando a la abuela a casa con los niños y anclando puertas y ventanas.


Nos vamos al camping, en busca del refugio de nuestra cabañita, que parece robusta. La gente de las tiendas de campaña hablan sobre dormir en la cocina, pero aquí no parece que el viento sea tan fuerte como en la costa. Lo peor se espera de madrugada. Tras el incendio de Torres del Paine y la erupción del Etna ahora nos encontrábamos en medio del huracán Gordon.
Yo me pongo los tapones de los oídos y "from lost to the river".


Ribeira dos Caldeiroes

Dormí como un bebé y salvo unos cuantos porrazos de la contraventana en el cristal apenas me enteré de nada. Estuvo lloviendo toda la noche y el viento arremetía con violencia pero por la mañana lo peor había pasado y el camping no mostraba ningún destrozo importante.
Otro desayunito genial en la cocina-terraza del camping y en marcha por la carretera de la costa hacia Nordeste, curva tras curva, parando en miradores como el de Iria y pueblecitos como Porto Formoso, con una playa de arena negra muy chula. Llegamos a la fábrica de té de Gorreana, curiosa de ver entre los campos de cultivo del chá, donde probamos varios de los tés que ofrecen como degustación.
Más curvas con bonitos paisajes y, de repente, casi sin previo aviso, el jardín del edén. A pie de carretera aparece un paraje selvático en la confluencia de dos ríos que forman varias cascadas y van serpenteando entre la densa vegetación y las flores de cien tipos y colores. Sólo faltaban Adán y Eva, único detalle ausente de la imagen que tengo del paraíso. La tormenta tropical de la pasada noche había causado importantes desperfectos, y varios obreros se afanaban en devolver las aguas a su cauce. En realidadno se deslomaba con el agua por las rodillas mientras otros dos le miraban y de vez en cuando amagaban con mover una piedra. Un corrimiento de tierras tenía bloqueada la cascada principal, imagen de todas las postales, y aún así y con el día nublado el lugar era espectacular, el mismo del que Homer cogía chuletas directamente del cerdo que pacía en la fresca hierba. Atravesamos el anegado sendero y avanzamos río arriba hasta otra potente cascada rodeada de flores. Precioso.


Al otro lado de la carretera está la segunda parte de la Ribeira dos Caldeiroes, bonita también pero más adaptada para el turismo con amplios caminos y vallas de madera.
Cuando volvíamos hacia el coche... ¡sorpresa! la cascada principal había sido desatascada y caía deslumbrante en una pequeña poza al pie del camino. Además había salido el sol, por lo que recorrimos una vez más el sendero de ese lado, empapándonos de la belleza de uno de los lugares que más me han impresionado de Sao Miguel.
Nuestra próxima parada era la piscina natural de Boca da Ribeira. Un bañito entre acantilados con el sol apretando a las cuatro de la tarde era un plan excelente, pero el huracán Gordon había hecho estragos en esta parte de la isla. El puente que cruzaba el río había sido arrancado por el viento y todo alrededor aparecía cubierto de troncos arrastrados por el mar a más de 100 metros de la orilla. La piscina era como una leñera, toda forrada de madera flotando. Las olas todavía se estrellaban violentamente contra las rocas pero nada comparado con lo que tuvo que ser por la noche.


Salto do Prego

Cambio de planes y rumbo a Faial da Terra por la carretera de la montaña, aprovechando que por una vez no hay niebla. Ni niebla ni carteles indicativos. Dimos más vuelta que un molino y tras varios giros al azar por caminos de tierra terminamos de nuevo en la carretera principal, la de los miradores del este. En algunos tramos había piedras caídas y algún deslizamiento de tierras que había arrastrado árboles enteros, bloqueando la carretera. Si esto son los restos de un huracán no quiero pensar cómo debe ser en plena potencia.
La ruta hacia la cascada discurre por un sendero de unos 2 km que debería ser fácil en condiciones normales. Pero con la densidad de vegetación del lugar bajando por laderas tan empinadas la tormenta nocturna se había frotado las manos. Cada pocos pasos había que sortear árboles derribados o buscar una alternativa a un sendero inaccesible. La última parte es la mejor, y la recompensa final bien vale enfangarse hasta media pierna. Una cascada encajonada en una olla natural crea una bonita poza en un entorno selvático brutal.


Se puede hacer la ruta circular, regresando por el lado de Sanguinho, un pueblecito abandonado en mitad de la montaña. Es un poco más largo pero muy recomendable, aunque la misma gincana que a la ida. El último tramo es una bajada ardua por camino empedrado que desemboca justo en el punto de partida.


Ilhéu Vila Franca do Campo

Cuando ves la imagen de este islote en las postales parece un atolón de Polinesia, una de esas mini islas redondas del otro lado del planeta con un lago en el centro. Y en realidad es algo así. El mar entra por el único hueco que dejan las paredes rocosas formando una piscina perfectamente circular.
Había una buena cola en el puerto de Vila Franca para coger el barquito hacia la isla, ida y vuelta 3 euros, muy razonable. Para no romper la costumbre se puso a llover mientras esperábamos, pero como la  temperatura siempre se mantiene agradable los planes playeros siguieron adelante. El barquito te deja en la isla en diez minutos de travesía y en cuanto bajas te topas con el puesto de socorristas, con seis vigilantes nada menos, demasiados en principio para un trozo de roca volcánica tan enano, pero más tarde comprobamos la necesidad de todos y cada uno de ellos. El islote se dispone en terrazas de roca donde la gente se acomoda sobre sus toallas, y se está verdaderamente a gusto. Hay una pequeña playa por donde el mar entra con fuerza a través de una grieta, haciendo las delicias de los niños, y los mayores se dedican al snorkel o a bañarse tranquilamente en el agua templada.


La marea iba subiendo y el paisaje del atolón iba cambiando rápidamente. De la playa ya no quedaba nada y las olas embestían una zona baja saltando por encima de la pared rocosa e inundando el único camino de acceso. Un socorrista se apostaba a cada lado indicando el momento en que se podía cruzar sin peligro de ser arrastrado por la ola. Poco a poco se fue vaciando la islita, el último ferry salía a las 6 y el viaje de regreso estuvo bien pasado por agua, proveniente de abajo en esta ocasión, ya que el mar seguía embravecido y el barco cortaba las olas como un cuchillo, duchando en cada acometida a todos los pasajeros.
Un lugar muy especial la Ilheu, totalmente diferente a lo visto hasta entonces en esta isla y un perfecto destino para el último día de nuestra estancia en Sao Miguel. Mañana volaríamos a Flores, la más occidental de las Islas Azores, recordando para siempre nuestra cabañita de las Laranjeiras, al dueño del camping, Mordor, Coke, y tantos lugares fantásticos que habíamos conocido y disfrutado en una semana maravillosa.


Flores


¡Lluvia!¡Pero esto qué es! Segunda isla que nos recibe con un cielo plomizo y un día lluvioso. El vuelo había sido bastante cómodo y con buena visibilidad sobre las islas de Sao Jorge y Pico, pero al llegar a Flores las nubes eran claras dueñas de las alturas.
El aeropuerto, de los que molan: salida del avión caminando por la pista, cinta de equipajes de cinco metros y cuatro pasos hasta la salida. Allí estaba nuestro casero, al que habíamos alquilado una habitación y un coche por 80 euros cada día. Se había llevado a toda su familia y nos endosó una cafetera con ruedas llena de raspones y abolladuras, era de coña, parecía un coche de rally, forrado de porrazos, con las ruedas casi lisas y un ligero olor a establo. Nos dio instrucciones para llegar a la Residencia Mateus, en Faja Grande, y tal vez por la conmoción del coche o por mi inglés de mil palabras no debí enterarme bien porque al llegar a la calle y número que yo le había entendido apareció una señora super parlanchina que nos decía una y otra vez que su hija no vivía allí porque estudiaba en Lisboa, pero que había venido a las fiestas con unas amigas y la habitación estaba ocupada. ¿Cómorrr? El portugués se lee facilísimo y se entiende regular, pero el dialecto que hablan en las islas debe ser como el canario para el castellano. El caso es que la mujer puso todo su empeño en que tuviéramos un alojamiento, y nos llevó en su coche a ver a varias vecinas con habitaciones en alquiler, con los precios bastante más altos del que habíamos reservado hacía meses.
Como no entendíamos nada y había algo que no cuadraba terminé llamando al hombre del aeropuerto, pero entre el retardo de la llamada y la infranqueable barrera del idioma tampoco nos entendíamos, así que le pasé el móvil a la señora y ella en escasos segundos dió con la solución al problema. Nuestra casa no estaba en Faja Grande, sino en Ponta da Faja, el pueblito aledaño, al pie del acantilado. Era un sitio genial, mil veces mejor que el primero, una vez más la suerte se hallaba escondida detrás del contratiempo inicial. Además había salido el sol, permitiéndonos ya desde la carretera admirar boquiabiertos las murallas boscosas del oeste de Flores con sus decenas de cascadas cayendo casi hasta el mar.
En ese momento apareció nuestro casero y nos enseñó la casa, con cinco habitaciones, un salón con cocina y dos baños. Éramos los únicos inquilinos, teníamos una casa entera para nosotros solos en un rincón del paraíso por 40 euros la noche. Yo ya desconfiaba de lo que le entendía al hombre, pero me había parecido oirle decir que nos traería el desayuno por las mañanas y lo dejaría preparado en la mesa. ¿Algo más? Sí, ponerse en marcha, que el sol brillaba, el cielo estaba azul intenso y había que aprovecharlo para hacer la ruta más deseada de esta isla.


Ponta do Albarnaz

El sendero comienza en la última casa de Ponta da Faja, propiedad de un griego y una alemana que se separaron y ahora la han puesto en venta. Información de primera mano de la señora parlanchina. Los primeros metros son espectaculares, con el mar por debajo a unos 200 metros, y Faja Grande detrás, al fondo. Es una ruta lineal y se tarda en hacerla completa unas 5 horas, ida y vuelta. El camino discurre al borde del acantilado, subiendo entre arroyuelos que forman cascaditas y túneles boscosos llenos de sombra. Sube y sube hasta una zona que debe darle el nombre a la isla, porque es como un inmenso jardín de hortensias de todos los colores, al cuidado del mejor jardinero del mundo. Hay tantas flores que parece irreal.


Hacemos un descanso a la orilla de un arroyo, y poco después ya se ve el faro a lo lejos. Esta parte es un poco más monótona, ya no vamos al borde del acantilado sino atravesando pastos con sus vacas y sus muretes de piedra. Es curioso que con tanta vegetación y tanto ganado haya tan pocos insectos, especialmente alados, es algo que me ha llamado gratamente la atención de las Azores. Sin duda lo mejor es el tramo de Ponta da Faja, sobre todo a la vuelta, con las vistas al frente del mar y los pueblitos, iluminados por el sol de la tarde. Sensacional, una ruta top 10.


Poço de Alagoinha

La tarde lucía luminosa y despejada, propicia para un baño. Hay dos pozas muy cerca de Faja Grande, la de Bacalhau y la de Alagoinha. Nos decantamos por ésta última tras un breve paso por el minimarket de la señora María, que te atiende a cualquier hora, llamas al timbre y ella sale, sea la hora que sea. Aparcamos en el mismo inicio del sendero y caminamos los cómodos 500 metros entre el sonido del agua y la sombra del bosque selvático. Al llegar a la laguna yo no daba crédito a mis ojos. Una docena de cascadas consecutivas fluían por las paredes verticales de la montaña para llenar con sus aguas una laguna tranquila rodeada de vegetación. Aquel era un lugar mágico, increíble, daba miedo hablar para no romper el silencio. La poza era un espejo perfecto en el que se reflejaban las cascadas, el bosque y el cielo azul. La luz vespertina lo iluminaba de frente, y unas pocas nubes contribuyeron a ensalzar aún más su belleza al crear zonas de sol y sombra en las paredes, destacando unos chorros y apagando otros.
Yo intentaba sentarme y apreciar cada detalle, pero me era imposible estarme quieto, la cámara de fotos me quemaba en las manos pidiendo otro ángulo, otro retrato desde un poco más abajo, otro en vertical, otro en panorámica. Debí sacarle treinta fotos a aquel lugar, todas iguales en esencia, y todas preciosas.



De regreso hacia nuestra casita paramos un rato en la terraza del camping de Faja Grande a disfrutar de una cerveza con aquellas vistas al atardecer. Un rincón del mundo en el que podría instalarme de retiro para siempre, o tal vez solo una temporada, para escribir un blog por ejemplo. Y me sentaría en aquella terraza cada tarde, a tomarme medio litro de cerveza por 1,5 euros, a saborearla contemplando desde el extremo más occidental de Europa la puesta de sol sobre los acantilados verdes del oeste de la isla de Flores, un paraíso terrenal.


Ponta Lopo Vaz

Efectivamente el desayuno nos esperaba en la mesa al despertarnos. Zumo, panes recién hechos, jamón, queso, mantequilla y mermeladas caseras. Excelente.
El día sin embargo estaba muy gris, con las nubes bajas ocultando las cimas de la isla. Nuestro plan de visitar las famosas lagunas de la alta meseta de Flores tendría que esperar, a ver si el sol le volvía a ganar terreno a la niebla. Mientras tanto rumbo al sur, a la Faja de Lopo Vaz. Aquí una faja no es un pasillo abierto en una pared vertical, sino un terreno plano entre los acantilados y el mar. El camino hasta esta pequeña planicie discurre en constante bajada entre densa vegetación, al borde del acantilado. Un clásico en esta isla, muy parecida a la ruta de ayer en características pero muy alejada en belleza, y es que el listón estaba ya muy alto. El sol pegaba fuerte y la ascensión de vuelta nos hizo sudar hasta la última gota del desayuno. Sin embargo solo brillaban las costas, todo el centro de la isla continuaba oculto por la inmensa nube que se agarraba a la montaña como un koala a su rama.



Poço de Bacalhau

Bordeamos Flores hasta Punta Delgada, en el extremo norte, parando en algún mirador y metiéndonos en la niebla según la carretera tomaba altura, con preciosos tramos flanqueados por paredes de musgo fluorescente y hortensias de vivos colores. Ponta Delgada fue un fiasco, ni siquiera encontramos un sitio donde comer, así que intentamos aventurarnos por la parte alta en busca de las lagunas. Según el mapa, dos de ellas debían aparecer en el mismo borde de la carretera, pero la niebla era tan densa que no se veían ni las vacas en las cunetas. Fracaso total y vuelta a Faja Grande, donde comimos en un restaurante alternativo de comida ecológica, caro y escaso, en el que me clavaron diez euros por una tortilla francesa. Estaba cojonuda pero no dejan de ser dos huevos batidos en una sartén.
Teníamos pendiente un baño en una poza, ya que en Alagoinha no fue viable, y muy cerca de nuestra casita comienza un sendero embaldosado que desemboca en una cascada formidable con una poza preciosa. El Poço de Bacalhau. Unas cuantas personas danzaban por allí, y algún valiente se metía al agua fría y nadaba hasta la cascada. La verdad es que el día estaba cada vez más oscuro y fresco y en esta ocasión no nos animamos a zambullirnos, y eso que el lugar era inigualable.


Volvimos a la terracita del día anterior pertrechados de libro y diario para pasar un buen rato con otra jarra de cerveza, pero la niebla se había comido la montaña, el mar desaparecía sin horizonte y el magnífico paisaje de ayer se había convertido en medio monte difuminado por una cortina blanca que no dejaba ni ver las cascadas. Así es esta isla, máxima belleza demasiado celosa de sí misma para mostrarse con frecuencia. Así son las Azores. Un paraíso natural y climático alimentado a diario por la humedad de unas nubes que son parte inseparable del paisaje.


Lagunas Negra y Comprida

Nuestro casero acudió puntual al desayuno y quedamos con él en su casa para que nos llevase al aeropuerto. Dejamos nuestro bólido de rally y nos subimos a su camioneta porta-vacas acompañados de su hija y su sobrina. Cuando le contamos que había sido imposible ver las lagunas no dudó un instante y se desvió a las más cercanas, visibles en esta ocasión a pesar de la persistente niebla, más alta que ayer. Eran preciosas, dos lagunas de colores totalmente diferentes: la Comprida, que era negra, y la Negra, que era verde. Estos portugueses...


Al llegar al mini aeropuerto nos contó que había días en que el avión no llegaba debido al mal tiempo y en ese caso nos daban una noche de hotel. Casi rezando por pasar un día más en la maravillosa isla de Flores, pero el avión despegó y en 45 minutos aterrizábamos en el aeropuerto de Faial.



Pico


Desde la pista se adivinaba la cima del volcán Pico en la isla vecina, la montaña más alta de Portugal, semioculta entre las nubes. En la oficina de turismo del aeropuerto nos informamos de los horarios del ferry y de los autobuses al puerto, que pasaban a las "y veinte". Como teníamos tiempo decidimos esperarlo pero a las "y treinta y cinco" no había ni rastro del bus y con el tiempo apurado cogimos un taxi que por 12 euros nos dejó en el puerto de Horta, sacamos los tickets a 3,5 euros por persona, facturamos las mochilas y rumbo a Pico.


El plan inicial era combinar los cinco días que nos quedaban entre Sao Jorge, Pico y Faial, las tres islas centrales comunicadas entre sí por mar a diario, pero nos habían hablado especialmente bien de Pico, así que decidimos sacrificar Sao Jorge en pos de disfrutar más y mejor de la isla del volcán.
A mediodía estábamos en la oficina de turismo de Madalena, tratando de organizar los siguientes cuatro días sin reserva previa alguna en pleno mes de agosto. La chica de información nos dijo que no quedaba ni un solo coche de alquilar, pero curiosamente ella conocía a un particular al que justo hoy le habían devuelto uno. Como si hubiera estado escuchando detrás de la puerta apareció un tipo pelirrojo, me monté en su deportivo rojo, me dijo que él nada de inglés, metió el turbo y sin parar de hablar me llevó de rally por las calles de Madalena hasta la casa de la dueña de una camioneta porta-chotos más oxidada que el Titanic. Los 25 euros diarios según el pelirrojo se convirtieron en 35 según la mujer, pero bien estaba, me encantaba aquella lechera tan azoreña.
En marcha por el norte, rumbo a Sao Roque, por una carretera espectacular que discurre paralela al mar entre campos de lava. Un paisaje muy diferente al que conocíamos de las otras islas. El camping de San Antonio no nos convenció, a pesar de que la zona es preciosa, y empezamos la búsqueda de alojamiento rural por teléfono, tirando de la información que nos habían dado en turismo. Una docena de llamadas y ningún resultado, todo estaba ocupado y lo que quedaba libre era a razón de 70 euros noche. Había sitios preciosos, casitas de piedra en la ladera de una montaña mirando al mar pero nuestro presupuesto se hubiera disparado. Como llevábamos la tienda de campaña decidimos seguir bordeando la isla tranquilamente, y probar suerte en el camping del sur de Pico.


Lajes do Pico

Pasamos por algunos pueblitos con tradición ballenera, con sus molinos rojos y sus iglesias típicas azoreñas, blancas y negras, y llegamos a Lajes, que en seguida nos dio buena sensación. El camping era genial, con césped y sombra en terrazas a diferentes alturas y vistas soberbias hacia el mar y el volcán, cuando tenía a bien dejarse ver. Y lo mejor de todo, 24 euros por 4 días de estancia. Plantamos la tienda y nos fuimos a dar una vuelta por el pueblo, que estaba en fiestas, como la mitad de los pueblos de las Azores en Agosto.


Cenamos en el restaurante de Espacotalassa, una de las empresas que salen a diario al avistamiento de ballenas. Súper cena de carne con vino y cerveza, 20 euros dos personas. Me encanta este pueblo.


Gruta das Torres

Por la mañana el volcán no está, se lo ha comido la nube. No se ve ni la falda de la montaña a través de la niebla, así que mejor esperar a otro día para subir. Plan alternativo.

La cartelería en las carreteras sigue brillando por su ausencia, y una vez más tuvimos que retroceder varias veces para llegar a nuestro destino: un túnel de 5 km formado por la lava en diferentes erupciones a lo largo de los siglos. La visita es guiada y por 7 euros te dan casco y linterna y te cuentan durante una hora y media las vicisitudes y curiosidades de este lugar tan peculiar. Éramos un grupo de unas quince personas de diferentes nacionalidades, y la guía hablaba en portugués primero y después lo traducía al inglés. En el interior no se veía absolutamente nada sin las luces, de hecho parece ser que un guiri se perdió por allí, se le acabaron las pilas de la linterna y a punto estuvo de morir, básicamente de miedo, incapaz de encontrar el camino en la negrura. Tras cinco horas de búsqueda con todos los guías disponibles le encontraron agazapado y le devolvieron a la vida.
La visita es curiosa, más didáctica que divertida, pero merece la pena.

En Sao Miguel habíamos visto tantas parrillas en los parques y miradores que nos habíamos quedado con ganas de hacer una barbacoa. Compramos un mero y unas verduras en un mercado de Madalena y nos fuimos a un parque miradouro a preparar nuestra comida campera. El sitio era excepcional, con vistas al mar y a Sao Jorge, aseos, mesas con banquitos y un entorno boscoso clásico de las islas.
La comida fue un éxito, y eso que carecíamos de herramientas y nos quemamos las manos varias veces, pero el pescado estaba muy rico y disfrutamos del almuerzo y la sobremesa en aquel paraje magnífico.


Los pueblos negros del norte

Parecía que el cielo se abría un poco, aunque la cima seguía oculta, no la habíamos visto en los dos días que llevábamos aquí, y eso que se ve desde cualquier rincón de la isla. Decidimos aventurarnos montaña arriba por la carretera de las lagunas, y en seguida nos metimos en la niebla, tan densa que había que circular en primera. La lechera chirriaba en cada curva y emitía un concierto de "gonks" y "clanks" en cada paso canadiense. Al igual que en Flores las lagunas estaban ahí mismo, pero eran invisibles. En un claro de nubes apareció un arcoiris completo, como un regalo inesperado, una pequeña recompensa a nuestra temeridad, con vistas de pájaro de los pueblos a nivel del mar y Sao Jorge de fondo.
Bajamos hacia el norte, a la zona volcánica de Arcos y Lajido, pueblos construidos entre la lava con piedras negras y puertas y ventanas de madera pintadas de rojo muy vivo. Eran muy bonitos, los únicos pueblos interesantes de verdad de las Azores. Hay varias casas-museo sobre la elaboración del vino, ya que toda la zona norte y oeste de Pico fue arrasada por la lava y entre la roca negra solidificada se han cultivado vides por su gran capacidad para crecer en tan adversas condiciones. La vid va rompiendo la roca con sus raíces y los trozos de piedra negra se utilizan para hacer muretes que las protegen del viento.


Y de repente apareció la cima del volcán. Las nubes se apartaron y la característica forma picuda de la cumbre se mostró iluminada por el sol de la tarde. Ya era hora. Qué ganas de subir en ese mismo momento. Hay mucha gente que realiza la ascensión a media tarde para ver la puesta de sol desde la cima, después acampan allí y bajan al día siguiente, tras contemplar el amanecer. Suena realmente genial, pero la práctica no es tan bucólica como la teoría. Un italiano que habíamos conocido en Sao Miguel estuvo aquí tres días y no pudo subir por el mal tiempo. En 36 horas que llevábamos en Pico eran los primeros minutos en que las nubes dejaban ver la cumbre, y seguían amenazantes a media montaña, moviéndose a gran velocidad. Además, la temperatura allí arriba, a 2350 metros, debe rondar los 5 grados por la noche, de modo que hay que subir pertrechado con tienda, saco y esterilla. En cualquier caso, nuestra experiencia en cuatro días en la isla nos demostró que si bien no es garantía de buena visibilidad, esta fórmula es la mejor, ya que la montaña solía descubrirse a última hora de la tarde, amanecía despejada y a media mañana ya estaba cubierta de nuevo para el resto del día.
Era sábado y a la vuelta al camping los coches inundaban las cunetas y los arcenes. Un policía nos prohíbe el acceso al pueblo, que está en el día grande de las fiestas. Aparcamos la lechera en una cuneta de mala manera y bajamos a ver el desfile de carrozas temáticas, bastante curioso. Después una vueltecilla por los puestos de comida, todo está muy barato, y hay bastante animación. Nos zampamos unas bifanas, que son bocatas de carne, unas cuantas sangrías y alguna ración, y un par de horas más tarde volvemos al camping, que ha sido ocupado por hordas de adolescentes escandalosos que prolongan la fiesta en sus tiendas hasta el amanecer. Yo tiro de tapones y duermo como un león, pero se escuchan varios "Shut up guys!" durante la noche cada vez más cabreados. Pros y contras de pernoctar en el camping de un pueblo en fiestas.


Ascensión a Pico

Abrimos la puerta de la tienda y contemplamos el volcán sobre un fondo azul celeste brillante. En marcha, en marcha, en marcha. Sin desayunar siquiera recogemos nuestra lechera de su cuneta y llamamos a la Casa de la Montaña para cerciorarnos del parte metereológico. Literalmente nos dicen que es un día perfecto para subir, que allí en la base hay niebla y llueve pero una vez superada esa nube todo está despejado y con excelente visibilidad. La lechera pide combustible, lleva en reserva desde ayer, pero es domingo de resaca y las gasolineras están cerradas. Maldita sea. Tiramos para arriba con un rosario entre las manos y cuando llegamos a la Casa de la Montaña,a 1200 metros de altitud, nos encontramos, efectivamente, inmersos de lleno en una nube acuosa.
Habíamos leído que era obligatorio subir con guía, pero no es cierto. Te cascan 10 euros por todo el morro para dejarte subir, te ponen un video de seguridad en la montaña y después te dicen que si hay que rescatarte el precio son 1500 eurazos. Toma ya. Desayunamos un poco, compramos una botella de agua, nos pusimos los chubasqueros y hala! todo para arriba, hasta que se acabe el monte.
El camino es fácil de seguir incluso con niebla, hay 45 estacas numeradas, una cada 100 metros aproximadamente, y te encuentras gente desde el principio. Los que llegaban en esos momentos debían haber hecho noche arriba y se tiraban en las sillas destrozados y empapados. Para subir la moral.
Traspasamos la húmeda nube después de un buen rato de ascensión, y vimos el sol efímeramente por primera y última vez en la mañana. Muchas más nubes -o una sola pero gigante- volaban en todas direcciones ocultando las vistas sobre la isla, el camino y, por supuesto, la cima. Seguimos con la esperanza de un cambio en el tiempo según ganásemos altura, y así fue, la tranquila nube de abajo se convirtió en tormenta de viento y lluvia que te tiraba de lado y te impedía avanzar. No se veía a tres palmos y el agua ni siquiera caía en horizontal, sino que era lanzaba hacia arriba impulsada por el aire salvaje que ascendía por la ladera. Es la primera vez que veo llover hacia arriba. Calados hasta la médula llegamos al poste 30 y nos planteamos el retorno, pero ya habíamos ascendido unos 800 metros, y había que terminarlo, con la esperanza cada vez más remota de ver algo desde la cumbre. Hicimos cima sin ver nada, ni el cráter ni el pico, ni el piquinho, fue un toca y vete porque era absurdo quedarse bajo aquel vendaval. Otros 1200 metros de descenso sin paradas, pisando en roca mojada que, por fortuna, no resbalaba demasiado, aunque tuvimos un par de culetazos.
Día perfecto para subir. Me cago en su puta madre. La montaña siempre recompensa el esfuerzo, pero Pico no nos dio ni una sola foto. Fueron seis horas de agonía y sufrimiento.
Al llegar a la base nos dieron un certificado de que habíamos conseguido hacer cumbre, como si alguien nos hubiera visto. Nos secamos un poco, comimos otro poco y nos acordamos de que estábamos sin gasolina. Cojonudo.


Ruta del Vino

A la mañana siguiente el volcán volvía a ser visible, lo que nos cabreó sobre manera, pero en un par de horas ya estaba otra vez bajo las nubes para el resto del día. Le dimos de beber un poco a la camioneta que había llegado a la gasolinera por los pelos y aprovechando la claridad de la mañana retomamos la carretera de las lagunas, transitada por rebaños de vacas que nos hicieron parar varias veces. En pocos kilómetros la lechera ya estaba marcando reserva otra vez, se bebía la gasolina como si fuera un Ferrari, y no está precisamente regalada, más cara que en España incluso.
Bonito camino sin niebla por la parte alta de la isla, con una vegetación autóctona menos exuberante, y muchos prados muy verdes repletos de ganado. En la bajada hacia Madalena fuimos viendo la isla de Faial al frente, tan cercana que casi parecía accesible a nado.
El paisaje del oeste de Pico es una sucesión de cuadriláteros de piedra volcánica levantados para proteger los viñedos, plantados a miles en esta parte de la isla. Es una zona muy pintoresca y que forma parte del Patrimonio de la Humanidad.


La ruta entre los muretes y las vides está señalizada como PR (pequeño recorrido), y es muy agradable, especialmente la parte que abandona el asfalto para introducirse por estrechos caminos de tierra.
Al regreso encontramos una piscina natural con una mini playa de arena y una "playa" embaldosada, un chiringuito (cutre y escaso) y tumbonas gratuitas. Excelente plan para recuperarse de la paliza del día anterior. Pasamos allí una tarde genial bañándonos tanto en la piscina cerrada como en mar abierto, leyendo en las tumbonas y disfrutando del soleado día en la costa, que no en el centro ni en las alturas.
Para nuestra última cena en Lajes repetimos en el restaurante Espacotalassa, unos gambones a la plancha descomunales, con su cervezota y vinazo. Las fiestas se habían acabado y con ellas el bullicio en el camping, que estaba tan tranquilo que daba pena marcharse. Fueron días muy buenos los de Pico, muy agradables, saludando a todo lugareño desde nuestra lechera móvil, tan integrados como circulábamos con semejante cafetera azoreña. Fue un acierto dejar Sao Jorge para otra ficticia ocasión y disfrutar más y mejor de esta hermosa isla.



Faial


Esa noche llovió con ganas, y al día siguiente desmontamos la empapada tienda y recogimos todas las cosas para llegar con el tiempo pelado al ferry. Allí estaba el pelirrojo para recoger la camioneta y según subimos al barco ya avanzábamos por el Atlántico rumbo a la última isla de nuestro viaje a las Azores.
Faial se ve en un día, y me refiero a los puntos de interés, porque también tiene ese encanto que te lleva a desear quedarte unos cuantos días y simplemente disfrutar de paseos por la playa, gin-tonics en el Peter's y puestas de sol con vistas a Pico y Sao Jorge.


Ponta do Capelinhos

Alquilamos un Peugeot 207 en la misma terminal del ferry, más caro que los anteriores al no tener reserva previa, y también menos auténtico. Aquel coche respondía a los cambios de marcha, frenaba si pisabas el freno y encima olía bien. Una farsa.
Empezamos por el norte dando la vuelta a la isla, y nos paramos en los acantilados de Norte Pequeño, objetivamente bonitos pero después de los farallones de Flores estos nos dejaron indiferentes. Las olas rompían con furia sobre las rocas, estallando en una explosión de espuma a muchos metros sobre el nivel del agua.
En el extremo occidental de la isla hay un pedazo de tierra de 2'5 km2 inexistente hasta 1957. Una erupción submarina a 1 km de la costa estuvo soltando gases y escoria volcánica durante 13 meses, provocando la formación de este nuevo trozo de isla y la evacuación de 2000 personas, que se marcharon a América un poco hartas ya de que sus casas fueran destruidas petardazo tras petardazo durante más de un año.


Hoy en día la zona está inactiva, y de hecho solo queda la quinta parte de la tierra levantada hace 55 años, el resto se lo ha ido tragando el mar poco a poco. Aún se mantiene el faro original, construido sobre un edificio de dos plantas que quedó sepultado hasta la mitad, como se puede comprobar allí mismo. Hay un centro de interpretación con fotos bastante impactantes y explicaciones extensas del suceso. Si pagas tienes derecho a ver un video y a caminar por los senderos que ascienden a la parte más alta de este joven pedazo de tierra.


Caldeira

Faial en sí es un enorme volcán, inactivo desde tiempos inmemoriales, pero que aún conserva su cráter, su gigantesco cráter, a 1000 metros de altitud, en todo el centro de la isla. Nosotros dejamos nuestro coche sin nombre ni glamour aparcado junto a las antenas de comunicaciones y caminamos el sendero que circula por la arista del cráter hasta el parking donde termina la carretera que asciende desde Horta.
Se trata de una Reserva Natural que acoge muchas especies de fauna y flora endémicas de las Azores. La caldera es espectacular, un cono con un diámetro de 2 km y una profundidad de 400 metros, colmado de vegetación de diferentes tonos de verde. Llama la atención que su fondo no esté anegado como tantas otras calderas de las islas que habíamos visitado. Resulta que hasta 1957 efectivamente había un lago en el fondo del cráter, pero el salvaje seísmo de Ponta de Capelinhos causó formidables grietas subterráneas que drenaron el lago, relegándolo a estancamientos de agua intermitentes. Ahora se muestra con una tímida lámina verdosa, una especie de marisma pantanosa paraíso sin duda de mosquitos y otros bichos que andarán por allí a su antojo, ya que el descenso al fondo del cráter requiere un permiso especial.


Comida-merienda y una vuelta verspertina por Horta bajo una ligera lluvia, finalizando en el famoso Peter's Café, que presume de servir los mejores gin-tonics del mundo conocido. Yo no soy un gran experto en la materia, pero reconozco que estaban bien, sin pasar a mayores alabanzas. El garito es muy chulo, marinero cien por cien, repleto de banderines dejados por viajeros de todo el mundo y firmados en ocasiones por los protagonistas de grandes gestas marinas.


Praia do Almoxarife

Nuestra última noche. Acampamos en un camping prácticamente vacío, con unas llanuras de césped impecable, a la orilla del mar, en un pueblecito encantador y con una playa en forma de media luna con vistas a Pico y Sao Jorge. Y no exagero, el lugar era una maravilla. Nos fuimos a pasear por la playa hasta unas rocas donde los chavales se bañaban y algunos lugareños lanzaban la caña al mar.
Otro sitio para perderse una temporada y dedicarse a dejar pasar el tiempo mirando al horizonte.
Uno más de los que nos han regalado las Islas Azores.